·El ensamble texcocano inauguró el 4º
Festival Musical Nacional Felipe Villanueva.
·Bajo la batuta del director Humberto
Méndez, la agrupación ofreció un recorrido por el repertorio musical mexicano del siglo XIX.
Texcoco,
Estado de México.-
El aliento contenido, la mirada fija, los dedos quietos. Silencio. Los músicos de la
Banda Sinfónica de las Escuelas de Enseñanza Musical (ESEM) de Texcoco esperan una señal de su
director Humberto Méndez.
Con los brazos extendidos, el maestro
texcocano los advierte. Un movimiento de su mano y la magia comienza. El sonido de las flautas, clarinetes,
trompetas y oboes trepó por la estructura virreinal del Museo Hacienda Santa Mónica, en Tlalnepantla.
Los redobles del timbal y la tarola encontraron refugio en el techo del
recinto anfitrión, mientras que las voces de los trombones, tubas, saxofones y cornos se fijaron a los llamativos alfices.
Por su calidad y profesionalismo, la Banda Sinfónica de las ESEM fue
invitada el domingo 1º de septiembre a inaugurar el 4º Festival Musical Nacional Felipe
Villanueva, cuya misión es “el rescate y la divulgación del patrimonio musical mexicano, preponderantemente del siglo XIX”
Así lo dijo Juan Ramón Sandoval,
director artístico del festival. Durante la introducción al concierto, el
también pianista e investigador subrayó la importancia de Texcoco en la
música y la cultura del país, así como en la realización de la cuarta edición
de dicho encuentro.
Ante un foro completamente lleno,
autoridades del Ayuntamiento de Texcoco y miembros del comité organizador del Festival Musical Nacional Felipe
Villanueva, quienes agradecieron el apoyo de la Mtra. Rosana Espinosa Olivares directora de Cultura de Texcoco, misma que hizo
hincapié en la sensibilidad y apoyo del gobierno municipal encabezado por la
licenciada Sandra Luz Falcón Venegas, cortaron un listón con el que, de manera simbólica, se dio por
inaugurado el festival.
Sin perder tiempo, la Banda Sinfónica de
las ESEM abrió el concierto con el reconocido vals Sobre las olas, del guanajuatense Juventino Rosas, “uno de los compositores más prolíficos
del siglo XIX”, apuntó Humberto Méndez, director del ensamble.
Las sillas dispuestas para los
asistentes durante la presentación pronto fueron insuficientes, pues el sonido
inconfundible de una banda sinfónica texcocana atrajo a decenas de personas
quienes, incluso de pie, ovacionaron cada una de las interpretaciones de la
agrupación.
Posteriormente, los músicos mexiquenses ofrecieron al
público el pasodoble El hidalguense, de Abundio Martínez, en el que las percusiones hicieron
vibrar a niños, jóvenes y adultos.
El concierto continuó con el vals Dios nunca muere, “una joya de la música mexicana que se
convirtió en un segundo himno para el estado de Oaxaca”, aseguró el también flautista Humberto Méndez.
Añadió que esta pieza fue encomendada
por la mayordomía de un pueblo oaxaqueño al compositor Macedonio Alcalá, quien en
ese momento vivía enfermo y en la miseria. La obra, dedicada a la patrona de dicha comunidad, fue bien recibida
por los pobladores de la región.
A la muerte de Alcalá, su hermano se
adjudicó la autoría del vals, sin embargo, fueron los mismos pobladores quienes
desmintieron la situación y reconocieron a Macedonio como el creador de Dios nunca muere.
La fiesta musical siguió con el popurrí Tradiciones mexicanas, un arreglo para banda sinfónica del compositor queretano Carlos Olvera Gutiérrez, quien recopila en esta obra “algunos de los géneros que fueron parte
importante de la época de gloria de la música mexicana”, comentó Méndez.
La Banda Sinfónica de las ESEM provocó
los aplausos y vítores del público en cada una de sus interpretaciones, sin
embargo, cuando tocó Fandango colonial de Cipriano Pérez Serna y la fantasía Veracruz, de Félix Santana, estos se
desbordaron.
El público que se dio cita en el patio
del Museo Hacienda Santa Mónica, ubicado en Tlalnepantla, reconoció con sus
palmas el talento, la dedicación y la destreza de los alumnos y docentes que
conforman la agrupación texcocana.
Con las emociones a flor de piel, los
asistentes pidieron la interpretación de una última pieza luego de terminado el concierto. En
agradecimiento al cálido recibimiento, los más de 30 músicos ofrecieron “un
regalo musical del maestro Alberto Escobedo: El rancho del charro“.
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